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  Capítulo 10: El comienzo de una nueva vida
 
Caí rendida sobre el asiento después de pagar el ticket. Miraba a través de la ventanilla intentando organizar mis ideas y mis dudas. Sentía como el dolor punzante de mi pierna empezaba a hacer acto de presencia. Olvidé tomar mis medicamentos en la hora de la comida y cuando llegara a casa e hiciera la toma de la noche, iba a ser demasiado tarde, así que puse en práctica mis ejercicios de yoga y logré relajarme, aunque no lo suficiente. El autobús volvió a detenerse en una nueva parada y observé a todos y cada uno de los pasajeros que subían; niños que volvían del colegio, ancianos, mujeres con bolsas de la compra… La última, una chica muy alta con el pelo ondulado de color negro azabache, ocultaba sus ojos bajo unas enormes gafas de sol, cubría su larga cabellera con una gorra y resguardaba su garganta y boca con una espesa bufanda. También su tez clara me sorprendió. Llevaba un gran bolso de piel ocre a su hombro y se refugiaba del frío con una cazadora de cuero negro que llegaba por su cintura. Vestía con unos pantalones pitillo que realzaban su figura y unas zapatillas como las que se llevaban esta temporada, eso sí, empapadas e incluso caladas a causa de la nieve. Sin embargo sentí como mi corazón se encogía cuando se sentó en el asiento que estaba frente a mí. No podía ser, me estaba volviendo loca por momentos. Las dos nos lanzábamos miradas penetrantes, lo podía intuir a pesar de que esa joven se escondiera tras sus gafas oscuras. Pude observar como clavaba sus uñas en la tapicería del asiento. Parecía inquieta, más que yo incluso. Debía salir de dudas… aunque pareciera absurdo…
-¿Abi…? – mi voz se quebró ante la imposibilidad de lo que estaba viendo.
La chica hizo una mueca bastante enojada y se levantó bruscamente para dirigirse a la parte delantera del autobús.
-Me has confundido con otra persona. – me contestó de manera muy arisca. Ahora se dirigió al conductor – Pare el autobús, necesito bajarme.
-Lo siento señorita, aun no hemos llegado a la siguiente parada.
-Pare!!! – gritó ante la curiosa mirada de todos los pasajeros.
El conductor no la contradijo más y abrió la puerta sin rechistar. Ella bajó con fiereza mientras su cabello se enredaba con el viento que soplaba en la calle. Se oían muchos murmullos y alguna que otra frase como “vaya educación”, o “la juventud se está echando a perder…”
Por mucho que me fastidiara tenía que reconocer que me estaba volviendo loca cada minuto que pasaba. Mi mirada seguía clavada en ella hasta que la perdí de vista cuando dobló la esquina hacia la calle Mayor. Me llevé las manos a la cara y me agaché apoyando mis brazos sobre las rodillas para que nadie me mirara. Me sentía avergonzada, muy avergonzada.
Al fin, diez minutos después, bajé del autobús que paraba frente a la puerta de mi casa y entré rápidamente sin pararme a saludar a la señora Bennet, nuestra vecina de toda la vida. Aún no había nadie en casa, así que me dirigí a mi habitación y enchufé el ordenador. Cogí el historial médico y lo introduje en el escáner de la impresora, hice una copia y la guardé en mi pen drive. Antes de apagar el ordenador, volví a leer todo con calma por si se me estaba pasando algo importante que me diera respuestas, pero nada. Estaba realmente cansada y el dolor de la pierna me estaba consumiendo y sin darme cuenta dejé caer mi cabeza contra el respaldo de la silla. Me sentía tan a gusto que me quedé traspuesta unos segundos; pero de repente un pequeño sonido me puso en alerta. Rápidamente y como pude, me abalancé por el pasillo para dejar el historial en su sitio.
-Ashley cielo, ya estoy en casa!!
Horror!! Era papá. Miré mi reloj, eran las diez de la noche. Pensé que solo habían pasado veinte minutos y en realidad fueron tres horas. Cogí las llaves que guardaba papá en una figurita de su escritorio. Con los nervios no atinaba a abrir el cajón. Se me resbalaban de las manos y caían al suelo una y otra vez.
-¿Ashley? ¿Dónde estás?
Cada poco miraba a la puerta. Al fin introduje la llave en la cerradura del cajón y tiré el historial en su interior. Volví a cerrar y a guardar las llaves antes de que papá llegara al despacho o se dirigiera a mi habitación donde tenía abierto el documento en el ordenador. Volví a deslizarme con torpeza hasta mi habitación. Gracias a dios llegué a tiempo de combinar las teclas indicadas para hacer saltar el salvapantallas cuando mi padre comenzó a voltear la puerta.
-Ah!! Estás aquí – me dijo con una gran sonrisa - ¿Por qué no me contestabas?
-Eh… - necesitaba una escusa ya – Estaba escuchando música y no te he oído.
-Pues yo no la he oído, en serio ¿estás bien? Pareces sofocada
-Es que me has asustado – le contesté sonriendo. Papá miró a la pantalla de mi ordenador con una cara bastante rara, como si sospechara de mí – Bueno será mejor que vayamos a cenar ¿no crees? – le espeté tranquilamente – Ve bajando yo me iré a lavar las manos.
-Si, claro – dijo confuso con mi manera de actuar.
Al fin salió de mi habitación y hasta que no escuché sus pasos escaleras abajo no quité el salvapantallas. Fue entonces cuando guardé correctamente el scan del historial y apagué el ordenador. Esta vez me había librado, por el momento, pero si hubiera una nueva ocasión de hacer de espía, tendría que andarme con más cuidado.
Me pasé toda la cena sin hablar, no tenía ganas de nada, así que me obligué a olvidar el interrogatorio al que iba a someter a mi padre aquella misma noche. Debía aceptar que todas mis suposiciones no eran más que simples coincidencias y paranoias que mi cabeza se había inventado para no aburrirme ahora que me sentía inválida. Pero me sentía fatal, porque por culpa de mi cabezonería por encontrar un culpable de la muerte de Abigail que no fuera yo, había conseguido que Tony me dejara de hablar, y lo peor, que quizás a mi padre le llegara muy pronto una demanda por robar información médica de su puesto de trabajo. Me sentía tan miserable… Yo y solo yo soy responsable de todo.
-Para mí ya estás muerta!!
Esa es la frase que jamás olvidaré. La última frase que le dije a mi mejor amiga. Eso lo resumía todo y no podía cambiarlo. Pero ahora estaba dispuesta a olvidarme de todo. Era inútil luchar contra algo que no podía cambiar. Ahora debía concentrarme en mi operación. Al fin me iban a liberar de estos clavos incrustados en mi carne y en mis huesos y eso era un pequeño rayo de esperanza en mi vida.
Pasé las siguientes semanas trabajando en la oficina, rellenando licencias de pesca para la siguiente temporada de primavera, pasando informes, tomando café cada dos horas, pasando el rato con un juego de marcianitos que Dan y Adam me habían traído para que no me aburriera… pero sinceramente, las paredes se me echaban encima como si me fueran a devorar. Miraba de vez en cuando la mesa que había frente a la mía, la que en una ocasión perteneció a Abi, sentía cierta curiosidad por conocer a la nueva persona que iba a ocupar su lugar.
Pero por suerte o por desgracia, durante el tiempo que permanecía allí, mi mente dejaba de pensar en mi pasado tan reciente. Cada día me sentía con más ganas de seguir aunque fuera una recuperación más lenta que la de mi pierna.
Al fin llegó el día de la operación. Me encontraba sola en la habitación del hospital; seguramente mis padres habrían bajado a desayunar a la cafetería antes de la operación. No podía dejar de mirar la pierna. Ya no me acordaba de cómo era sin aquellos malditos hierros. Me bajé de la cama porque me sentía entumecida. No era mi especialidad dormir en una cama que no era la mía. Me asomé a la ventana. Hacía un día espléndido. El sol aún estaba oculto tras las montañas pero los rayos ya proyectaban su luz sobre las laderas y hacía que el amanecer fuera aún más luminoso y brillante. Por fin podría volver a caminar y perderme haciendo senderismo y disfrutar de la naturaleza. Era el jobbie que mas echaba de menos. Sin darme casi tiempo a reaccionar, una enfermera había entrado en la habitación junto a mis padres.
-Pero muchacha ¿Qué haces levantada? Anda vuelve a la cama, tengo que prepararte para ir al quirófano.
Entre los tres me ayudaron a subir a la cama y tumbarme. Entonces llegó lo peor. La mujer rolliza se acercó a mí con una bandeja plateada llena de jeringuillas.
-Oh no!! – suspiré angustiada. Me mareaban las agujas y más si se clavaban en mi piel.
-Tranquila cielo, solo será un pinchacito para colocarte la vía por la que te pondremos el suero y la anestesia
Era un buen argumento, pero aún así no me libraría de sentir un pinchazo. Cogí aire y miré a otra parte para no ver lo asqueroso de ver introducir una aguja.
-Auuu!!! – me quejé
-Aún no te he pinchado!! – dijo sorprendida la enfermera
-Ashley cielo tranquilízate ¿vale? Estamos aquí.- me dijo mamá mientras me daba un beso en la frente. - ¿Te das cuenta? Hoy por fin serás libre de hacer lo que quiera, cuando quieras, salir con tus amigos… Con suerte estarás recuperada del todo para la fiesta de primavera.
-Exacto. – el doctor Cooper entró en la habitación para comprobar que todo estuviera en orden. – Un par de meses más de fisioterapia y la cojera desaparecerá. Has tenido mucha suerte – me sonrió – El quirófano está listo ¿Preparada?
-Si – contesté con una nota bastante alta de alegría, algo que me sorprendió con creces.
Era curioso, pero esta era la primera vez que no le tenía miedo a un quirófano, ni si quiera me sentía abrumada en el camino por los largos y amplios pasillos del hospital. Al fin entramos en una gran sala con mucho instrumental y una gran camilla iluminada por un foco muy potente. Me acomodaron mientras me colocaban un gorro para tapar mi cabello y me inyectaban lo necesario para dormirme. Papá se había ido un momento y regresó con la indumentaria necesaria para quedarse en la operación. Me prometió estar allí durante las dos largas horas de intervención. Llevaba puesta la mascarilla pero al ver sus ojos rasgados tras unas gafas transparentes, supe que me sonreía y yo le respondí igualmente.
-Todo va a salir bien. ¿Quieres algo especial para cuando despiertes?
-Con que me esperéis todos en casa es suficiente…
Podía ver desde mi posición al doctor lavándose las manos en una salita contigua. Luego llevé mi mirada a una grada que estaba situada sobre el quirófano. Allí se agolpaban jóvenes residentes expectantes, con bolígrafo y cuaderno a mano para tomar apuntes. En esos instantes no me gustaba ser protagonista.
-Bueno Ashley – dijo Cooper entrando en el quirófano mientras una ayudante le colocaba la mascarilla y los guantes de látex - quiero que cuentes de cien hacia atrás cuando yo te diga ¿de acuerdo? Sentirás un sueño placentero y cuando despiertes podrás irte a casa corriendo – dijo amablemente el doctor Cooper
-Vale.
El doctor hizo un gesto al anestesista que comenzó a inyectar un líquido transparente en la vía que minutos antes la enfermera me había colocado.
-Ahora Ashley.
-Hasta luego – me susurró papá al oído.
-Cien, noventa y nueve, noventa y ocho…- Los ojos me pesaban y no lograba luchar contra la somnolencia que se me venía encima.- noventa y siete…
Cada vez me notaba más y más cansada, hasta que por fin me sentí en otro lugar, aunque aún podía escuchar voces lejanas a mí.
-Bisturí.
Sentía un gran frescor en mi cuerpo, una especie de sensación de ingravidez. Debía ser la anestesia, no había duda, pero me dejé llevar por sus efectos hasta que me quedé dormida…

(Fin del libro 2)
 
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